jueves, 29 de mayo de 2014

MANIFIESTO AUTODETERMINISTA


Venir al mundo es una decisión ajena impuesta por la voluntad de otros. Durante nuestra infancia y adolescencia no estamos capacitados para ratificar esa decisión ni imponer nuestra condiciones. Las personas nacemos por decisión de otros en un determinado entorno físico, familiar y social, dotadas de unas características genéticas concretas, que es la parte de esta situación que jamás podremos cambiar. Pero de ahí en adelante podemos modificar y decidir sobre nuestra vida ya que nos pertenece en exclusiva.

No hay voluntad ajena -ni de otro individuo ni de la colectividad, ni impuesta por la tradición, ni por las creencias culturales, místicas o políticas predominantes- que merezca una consideración moral más alta que nuestra propia voluntad ni hay, por lo tanto, restricción alguna al ejercicio de nuestra libertad que cuente con una legitimidad natural.

La mayoría de personas nunca llegan a ser conscientes de su soberanía, de su derecho a la misma ni de la enorme invasión de ésta que padecen. Pero las personas, por si mismas, son seres inteligentes y capaces de auto gobernarse. El derecho a hacerlo es natural y su rango moral es siempre superior a cualquier imposición externa.

Creemos que cualquier persona, en cualquier momento de su vida, tiene toda la legitimidad para reconsiderar y modificar todo aquello relativo a sí misma y a su vida que de ella depende, incluido el propio hecho de existir. Esto le faculta para tomar cuantas decisiones desee sobre su persona, su cuerpo, su mente y su aceptación o rechazo de cualquier valor, su nombre, su relación con los demás y su forma y estilo de vida. No tomar decisión alguna, como hace gran parte de la población, es también una decisión, aunque la mayoría no sea consciente. Los que por simple inconsciencia, por inercia cultural o por desidia se dejan llevar por el statu quo en el que nacieron y fueron educados están también ejerciendo una opción.

Durante siglos se nos ha enseñado y adoctrinado desde las más diversas filosofías e ideologías -desde el cristianismo y el judaísmo hasta el islam, desde el fascismo a la socialdemocracia y desde el comunismo hasta el conservadurismo- que las personas viven en función de la comunidad a la que “pertenecen”, que deben asumir sus valores, tradiciones, reglas. Obedecer. El "altruísmo", la afirmación del "otro", se nos impone desde el colegio hasta el asilo y desde los púlpitos de la iglesia, las tribunas de la política, los medios de comunicación, la paternal institución de la familia o las más diversas organizaciones humanas, pero siempre con el objetivo, consciente o no y a veces incluso bienintencionado, de someternos.

Toda forma de limitación del poder de la persona sobre sí misma, sobre su vida y sobre sus decisiones es ilegitimida en origen. Aunque todas las demás personas del planeta estuvieran plenamente de acuerdo en imponer a un individuo ciertas limitaciones, seguiría siendo moralmente superior el derecho natural de ese individuo a no acatarlas mientras no limite la libertad a otros. Sabemos que los humanos son seres gregarios, que necesitan relacionarse con otros individuos para llevar una vida medianamente soportable, pero también sabemos que las normas de convivencia han sido históricamente dictadas por el poder y la autoridad (religiosa, política, cultural, económica, etc.) y por lo tanto no parten de una legitimidad primaria. Acatar irreflexivamente normas que limitan el autogobierno personal es también ejercer una opción: tal vez la más cómoda para la mayoría pero también la más dolorosa y humillante para algunos de nosotros.

En su camino hacia la supuesta libertad, una humanidad temerosa y débil ha optado por conquistarla a fuerza de decretos y burocracia, a golpe de Estado y policía, mediante un poder casi irrestricto para los gobernantes a cambio de un trato rara vez benévolo y a través de la implantación de sistemas de auto legitimación democrática que han servido para glorificar el ejercicio del poder y, por ello, para seguir invadiendo el ámbito de decisión de las personas.

Mucho se ha escrito sobre el contrato social entre gobernados y gobernantes, con frecuencia para ensalzar las virtudes de un sistema más teórico que práctico que parece casi diseñado para tranquilizar a las personas mientras se les usurpa su poder de autogobierno. Mediante el contrato social las personas deben someterse al poder de las masas y de su Estado. Se nos ha enseñado a aceptar sin rechistar lo que el poder nos ordena o prohíbe, porque quienes lo ostentan actúan "en nuestro nombre", están "legitimados en las urnas" o responden a la voluntad de la mayoría. Nosotros nos sentimos facultados para hacer absolutamente cuanto deseemos. "Hacer" incluye por supuesto el "no hacer". La libertad de cada uno no termina donde empieza ese eufemismo que es "la de los demás" que sirve como excusa para que las élites interpretadoras hagan y deshagan a su antojo, sino que termina exactamente donde comienza la inalienable soberanía individual de otra persona concreta, real y determinada.

No tendremos a quien idolatrar ni a quien demonizar si nosotros somos nuestros únicos dueños, si nosotros somos, conscientemente, los responsables de todo lo bueno y de todo lo malo que nos suceda, si nosotros razonamos y decidimos con todas las consecuencias, si en definitiva somos libres y no tenemos sino una consciencia plena de nuestra condición de personas, de individuos de una especie animal, únicos y auto poseídos. Ser libres, ser soberanos, es decir, ser plenamente humanos. Quienes no quieran aceptar el reto, sean mayoría o no, están en su derecho de no hacerlo, pero no de imponernos a nadie más las consecuencias filosóficas y políticas de su miedo a la libertad.

Por todo lo expuesto, proclamamos nuestro derecho total e inalienable a la autodeterminación y en ejercicio de la soberanía personal que poseemos, presentamos ante el resto del mundo nuestra declaración de independencia. Así, por la presente, afirmamos que no reconocemos ningún poder ajeno en nuestras vidas.

SECTA NIHILISTA

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miércoles, 28 de mayo de 2014

¿Quién es White Punk?

En los barrios donostiarras de Gros, Intxaurrondo y Egia en Donosti se pueden encontrar unas llamativas intervenciones sobre publicidad callejera, en la que ésta aparece tachada con pintura blanca.

Estas intervenciones, además de cubrir vallas publicitarias, paneles de restaurantes multinacionales, bancos o paneles luminosos expuestos en marquesinas de autobús, en algunas ocasiones aisladas tapa igualmente otro tipo de manifestaciones como tags.

Al parecer el responsable es un hombre de unos 60 años, que a pesar de su apariencia de indigente, no vive el la calle. Se sabe que habita una antigua casa situada en la ladera del monte Ulia y se le ha visto actuar principalmente de madrugada.


Esta figura nos recuerda a outsiders del street art, como el ya fallecido Rey de Kowloon. Un colectivo de artistas llamado Antton Garai, le ha bautizado con el nombre de White Punk (en referencia a otro outsiderGrey Ghost, que tapa con pintura gris cualquier manifestación de street art en la ciudad de Nueva Orleans). 




Artículo publicado en el nº2 de la revista NADA

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martes, 27 de mayo de 2014

El origen de la vanidad

Tras tres meses en la absoluta miseria, hoy he trabajado dos horas. El empleo ha consistido en destruir papeles. La empresa que me ha contratado no disponía del aparato para destruir papeles y ha concluido que mis aptitudes, sin duda alguna, se ajustaban al perfil requerido. El manager -así se ha presentado el imbécil- me ha sentado en una silla, ha puesto un montón de papeles sobre la mesa y me ha dicho: destruye estos papeles. Estoy muy deprimido. Como ya sabía qué clase de trabajo me esperaba, he tenido la precaución de llevar conmigo un opúsculo de Marvin Harris titulado Jefes, cabecillas y abusones. Una lectura amena y acorde con mi posición: el último eslabón; y acorde con mis aspiraciones imposibles: ser un humanista completo. Media hora después de haber empezado mi trabajo ha llegado el manager y ha dicho que los papeles estaban mal destruidos. Tienes que cortarlos en pedazos más pequeños, lo que has hecho no sirve para nada, está mal, podemos ir todos a la cárcel, ha dicho, incluso tú, por no destruir bien estos papeles, a la cárcel. Luego ha hecho una demostración de qué clase destrucción de papeles deseaba y se ha marchado. He quedado solo y tumefacto, y he empezado a leer el opúsculo. ¿Siempre han existido los jefes? ¿Desde el principio de los tiempos han existido los jefes? No.

Creo que existe una inclinación general en todo el género humano, un perpetuo y desazonador deseo del poder por el poder, que sólo cesa con la muerte. Cuando he leído estas palabras de Hobbes he pensado: tiene razón. Pero no la tiene y estamos todos muy equivocados creyendo que la tiene (porque creo que todos habéis pensado lo mismo: tiene razón. Pues no la tiene). 

Una de las formas originales de intercambio en las sociedades prehistóricas era la conocida por el nombre de intercambio recíproco. Este modelo ha podido ser investigado por los antropólogos en algunas comunidades tribales, como los Semais de Malasia central o los Kung (o bosquímanos) del norte del desierto del Kalahari. Tres rasgos fundamentales de este modelo:

- Sólo se da en comunidades muy pequeñas (entre 50 y 150 miembros).
    -Sólo se da en comunidades que carecen de excedentes.
    - Carece de jefes que ostenten algún tipo de poder sobre los demás miembros.


Lo que un miembro de la comunidad recolecta o caza lo entrega a la comunidad, sin excepciones. Un día cazan y recolectan unos, otro día lo hacen otros. Un detalle importante es el siguiente: nadie da las gracias nunca. Esta es una regla de este modelo: allí donde la reciprocidad prevalece realmente en la vida cotidiana, la generosidad debe darse por sentada. En este contexto dar las gracias resulta ofensivo, pues se da a entender que se ha calculado el valor de lo recibido y, además, que no se esperaba del donante tanta generosidad. (hay que pensar en este dato y cotejarlo con lo que ocurre hoy en día). El asunto de la ausencia de excedentes se explica de la siguiente manera, en boca de un bosquímano: Cuando un hombre joven sacrifica mucha carne, puede llegar a creerse un gran jefe o un gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptarlo, rechazamos al que alardea pues su orgullo le llevará a matar a alguien algún día. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta manera atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico.

En este tipo de comunidades existe, sin embargo, una forma de liderazgo político: los cabecillas. Sin embargo, estos cabecillas carecen de poder y no pueden ordenar nada a nadie. Los Kung tienen diversos líderes reconocidos (o cabecillas). Éstos pueden identificarse porque toman la palabra con mayor frecuencia y porque se los escucha con atención. Son hombres respetados. Pero en ningún caso tienen autoridad sobre los demás. Los cabecillas alcanzan este estatus cuando se ganan el respeto de los demás (siendo mejores cazadores y recolectores pero, sobre todo, cediendo su parte de alimento cuando éste escasea o procurando no tener para sí la mejor parte: siendo altruistas y obteniendo como única recompensa tan sólo el ser más respetados). Así que el cabecilla es la figura más prestigiosa -sin poder- de un grupo en el que todos son iguales. 

El problema surge, exclusivamente, con la cuestión de los excedentes. La adopción de la ganadería y la agricultura transforman por completo el sistema económico de las comunidades. Parece ser que cuando se dispuso de más alimentos de los necesarios, el excedente se entregó a los cabecillas, en quienes se confiaba, para que éstos lo redistribuyeran entre los miembros de la propia comunidad. Esto supone un cambio de modelo: del intercambio recíproco al intercambio redistributivo. Las comunidades recolectoras y cazadoras no lo adoptaron porque dichos excedentes eran tan sólo estacionales y, por lo tanto, puntuales. En cambio, en comunidades, situadas en regiones más fértiles y prolíficas, que desarrollaron la agricultura y la ganadería, los excedentes se hicieron habituales. Inicialmente, los cabecillas que hemos descrito en el párrafo anterior, de acuerdo con su papel original, procuraron trabajar más duro que sus compañeros, dieron a los demás con mayor generosidad y se reservaron para sí mismos las raciones más modestas. Puesto que carecían de poder, la compensación que recibían se reducía al prestigio que les otorgaba su conducta. 

¡El excedente fue el origen del problema! Con el excedente organizaba festines para los demás y eso incrementaba la admiración de la comunidad. Pero, si ofrecer la comida sobrante incrementaba el prestigio, ¿por qué no iban a hacerlo los demás? ¿Por qué no iban a intentar unos cabecillas ofrecer mejores banquetes que otros? El modelo de redistribución supone el fundamento de la vanidad: los cabecillas empiezan a competir entre sí para dar los mejores festines y, por lo tanto, para obtener el mayor prestigio. 

Este estadio de la cultura, basado en el modelo económico de la redistribución, puede observarse en los Siuais de las Islas Salomón. Allí los cabecillas son conocidos como mumi. Su prestigio depende, precisamente, de la mayor cantidad de excedente que redistribuyen y ofrecen. Por otra parte, también de acuerdo con lo dicho, compiten entre sí por ser el mumi más prestigioso. Estos cabecillas son capaces de no comer nada con tal de que los demás coman más y estén satisfechos. 

Como se observa, hay una diferencia fundamental entre el modelo de intercambio recíproco y el modelo de intercambio redistributivo. En el primer modelo no se dan las gracias nunca porque no hace falta y porque no hay excedentes con los que alguien pueda obtener prestigio sin abnegación. En el segundo modelo se tiene un excedente de comida que no es indispensable, porque las necesidades básicas ya están cubiertas, que se aprovecha y determina los primeros síntomas de diferenciación de facto entre los miembros de una misma comunidad. Probablemente ocurrió lo siguiente: los que distribuían ese excedente -entregado en confianza por los demás miembros- empezaron a basar su prestigio, no en la abnegación -en el quedarse ellos sin nada-, sino en la simple entrega, sin sacrificio, de algo que ya no necesitaban: el excedente; un excedente que con el tiempo dejarían de distribuir. Así nació la vanidad, nació la envidia y nacieron las diferencias. O sencillamente se hicieron palpables. Y luego todo lo demás. Esta es la trampa en la que nos metimos.

Y mañana es mi último día como destructor de papeles, último eslabón de la gran empresa a la que me ha sido concedido pertenecer. 

Víctor Bacells Matas

Artículo publicado en el nº3 de la revista NADA

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lunes, 26 de mayo de 2014

Sofia Kovalevskaya, matemática y nihilista

Una de las mujeres más interesantes del siglo XIX es la matemática rusa Sofia Kovalevskaya (1850-1891). Su increíble inteligencia, su sentido de la libertad, su rebeldía y sus ideas sociales avanzadas hacen de ella una persona totalmente fascinante. Pese a todo, es una desconocida para la mayoría de la gente, al menos en España.

Es verdad que las matemáticas no son el tipo de actividad con la que uno se haga famoso, y tampoco esta ciencia disfruta de demasiada buena prensa, ya que se las asocia con la dificultad, la abstracción, etc. Sin embargo los modernos avances en astronáutica, informática o ingeniería no hubieran sido posibles sin el gran desarrollo alcanzado por las matemáticas, que en definitiva son el "lenguaje de todas las ciencias"

Sofia Kovalevskaya fue una mujer extraordinaria tanto en el aspecto puramente científico y académico, como en su manera de entender la vida, la posición de la mujer en la sociedad, y sobre todo el papel de la ciencia al servicio de la transformación social.

Sofia (o Sonya, como también se la conoce) Vasilyevna Kovalevskaya, nació el 15 de enero de 1850 en Moscú, en el seno de una familia burguesa de abundantes recursos económicos y proclive a la actividad intelectual. De hecho, el famoso escritor Dostoievsky estuvo durante un tiempo cortejando a Anyuta, la hermana mayor de Sofia.

Hay que decir que la sociedad rusa de mediados del siglo XIX era deprimente en casi todos los sentidos, gobernada por un autocrata (el zar, cuyo poder era ilimitado), con una economía de tipo feudal, y sometida a los valores del más rancio patriarcado y de la religión cristiana ortodoxa. En tales circunstancias el desarrollo económico, científico y cultural estaba completamente bloqueado, y la oligarquía (con el auxilio de la Iglesia) buscaba unicamente mantener sus privilegios reprimiendo cualquien movimiento que significara cambio.

En el caso de las mujeres, su horizonte vital se veía normalmente limitado a buscar un buen matrimonio y dedicarse el resto de su vida a las tareas del hogar. Sin embargo ya desde mediados del siglo XIX comenzaron a aparecer movimientos de rebelión de distinto signo dentro de la sociedad rusa. Las ideas socialistas y anarquistas, tomando multitud de formas, prendieron con fuerza en buena parte de los intelectuales y de la juventud. La derrota en la Guerra de Crimea (1856) colocó al zar en una situación dificil, y se incrementaron las protestas de los campesinos, los militares, los intelectuales, los estudiantes, etc, que reclamaban cambios sociales.

El más interesante de estos movimientos de rebeldía fue el de los llamados nihilistas, termino acuñado por Turguéniev en su novela "Padres e hijos" (1863) para describir el personaje de Básarov, y que estos jovenes aceptaron gustosamente como propio.

Los nihilistas se oponían a todo lo que representaba la sociedad rusa tradicional, cuestionando todas las formas de autoridad y considerando la destrucción del viejo orden como la principal herramienta de cambio político. Frente al orden patriarcal, ellos creían en la igualdad de sexos; frente a la religión cristiana, ellos eran ateos y materialistas; frente a la familia tradicional, ellos reivindicaban las comunas y el amor libre; frente al orden social establecido, ellos creían en la evolución y el progreso, rechazando todas las convenciones e ideas preestablecidas. Y por encima de todo reivindicaban el papel de la ciencia como fuerza liberadora en la construcción de una nueva sociedad, desterrando la superstición, la ignorancia y los privilegios.

Es importante no confundir el nihilismo con el anarquismo. Aunque ambos tienen en común el rechazo a la autoridad, el nihilismo es positivista y con la ciencia ocupando el lugar central, mientras que el anarquismo es más populista, buscando la emancipación del pueblo en forma colectiva y rechazando el intelectualismo. Bakunin criticaba a los nihilistas por sus planteamientos netamente positivistas, que les habían alejado del pueblo y de los problemas políticos y sociales para entregarse a una solitaria dedicación a la ciencia.

Obviamente el zar y el resto de poderes establecidos, no veían con buenos ojos a estas personas que cuestionaban el orden social, así que se dedicaron a reprimirlos con violencia. Muchos nihilistas fueron encarcelados, asesinados, o tuvieron que emigrar.

Sofia Kovalevskaya era una mujer de ideas nihilistas. Ante la imposibilidad de acudir a la Univeridad (vedada a las mujeres en Rusia, como en casi toda Europa), se marchó al extranjero acompañada de su hermana Anyuta.

Antes se había casado con Vladimir Kovalevsky, un paleontólogo evolucionista, en un "matrimonio ficticio" que tenía como única finalidad burlar las normas legales que establecían que las mujeres no podían hacer practicamente nada sin el permiso de sus maridos o de sus padres. El "matrimonio ficticio" era muy popular entre los jovenes nihilistas, y consistía en que una mujer se casaba con un hombre con el único objetivo de liberarse del yugo familiar. Posteriormente cada uno hacía su vida por su cuenta, y el marido debía darle todos los permisos que ella solicitara de manera que la mujer pudiera estudiar, trabajar, viajar, vivir en comunas, etc, sin trabas.

En Alemania, Sofia pudo estudiar con algunos de los principales matemáticos del mundo, como Karl Weierstrass. Precisamente Weierstrass fue quien dirigió la tesis con la que se doctoró en matemáticas por la Universidad de Gotinga en 1874, siendo la primera mujer en la historia que lo conseguía.

Regresó a Rusia en 1875. Lo que en un principio había sido un "matrimonio ficticio" con Vladimir Kovalevsky, se transformó en una relación seria, y ambos tuvieron una hija llamada Sofia en 1878. Sin embargo en estos años estuvo bastante alejada de las matemáticas, no le daban trabajo en ninguna Universidad y se dedicaba basicamente a frecuentar los círculos culturales de San Petersburgo, mientras su marido intentaba hacer fortuna con negocios inmobiliarios, cosa que nunca logró.

En 1879 se deterioró la relación entre ambos, y Sofia decidió retomar su actividad científica. Reanudó su correspondencia con Karl Weierstrass, viajó por Berlín y París (donde también frecuentaba círculos políticos radicales), y finalmente, gracias a su amistad con el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler, logró en 1884 una plaza de profesora en la Universidad de Estocolmo, donde sus clases tenían gran seguimiento. También formó parte del consejo editorial de la revista Acta Mathematica, una de las de mayor más prestigio en el ámbito de las matemáticas. Entretanto había recibido la noticia del suicidio de su marido en 1883, atosigado por las deudas.

Su gran momento llegó en 1888 cuando logró el prestigoso Premio Bordin de matemáticas, siendo la primera mujer que lo lograba, para lo cual tuvo que resolver las celebres Ecuaciones de Euler "sobre la rotación de un sólido pesado alrededor de un punto fijo", un problema que desde hacía muchos años traía de cabeza a los mejores matemáticos. Esto le supuso un premio de 5.000 francos y el espaldarazo definitivo a su carrera, siendo reconocida como una de las mayores autoridades matemáticas del mundo.

Sin embargo no pudo disfrutar de su merecido prestigio durante mucho tiempo. Tras unas vacaciones en Génova a finales de 1890, regresó a Suecia en un viaje bastante accidentado. Durante el trayecto cogió un catarro, que luego degeneró en neumonía, y falleció en Estocolmo el 10 de febrero de 1891, cuando solo contaba 41 años de edad.

Tras su muerte, la fama de Kovalevskaya creció como la espuma, llegando a convertirse practicamente en un mito. Claro que para un ministro ruso llamado Pyotr Durnovo, no había para tanto, ya que "se estaba prestando demasiada atención a una mujer, que al fin y al cabo, era una nihilista"

Además de su quehacer matemático, Sofia escribió artículos de divulgación científica y otros temas como el teatro, e incluso publicó un par de novelas: "Memorias de juventud" (1890) y "Mujer nihilista" (1892) Como todos los nihilistas, consideraba que la divulgación de las ciencias y las artes era una actividad revolucionaria, una manera dotar de armas a las clases populares para acabar con la monarquía y hacer la revolución.


Artículo publicado en el nº 4 de la revista NADA

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jueves, 22 de mayo de 2014

Ante las elecciones europeas (y cualquier otro tipo de elecciones)

Ante las elecciones municipales, generales o europeas y las peticiones de reformas parlamentarias o de representabilidad, la postura que hemos defendido ante las elecciones siempre ha sido la misma: la abstención. El no reconocimiento de la llamada legalidad democrática y, por tanto, la no participación en ninguna de sus instituciones, como colectivo, ni en ninguno de sus cauces, como individuos. Esta postura ha tenido algunos momentos históricos de gran repercusión, tanto en el plano social como político, como por ejemplo en la década de los treinta, pero en las últimas décadas ha sufrido un ataque por parte de los agentes políticos y comunicadores del Sistema. Este ataque ha intentado desvincular la abstención de cualquier tipo de posicionamiento social, político o ideológico; reconociendo de esta forma la exclusividad de la participación social dentro de los cauces de la representatividad. 

En un país en el que parecía que las inquietudes sociales y políticas habían quedado relegadas a una serie de profesionales ha emergido un movimiento autodenominado popular, considerado propiamente como "ciudadano", que puso en las primeras páginas de los periódicos oficiales la denuncia de una serie de irregularidades que en los últimos tiempos están tornándose insoportables; que, en nuestra opinión, son fruto inherente de los sistemas jerárquicos.

Este movimiento ha dado una especial importancia, desde nuestro punto de vista inmerecida, a la actitud que hemos de tomar los individuos ante las elecciones; municipales en su momento, generales posteriormente, ahora europeas. Y han intentado, desde nuestra opinión, reconducir el descontento de los individuos, de los trabajadores y los llamados cuidadanos hacia los cauces democráticos, continuando y asumiendo el discurso establecido desde el Sistema. Se han puesto en la palestra opciones hasta el momento ampliamente minoritarias como el voto nulo o el voto en blanco, intentando asumir para la democracia representativa a aquellos sectores descontentos con la política actual, en una especie de regeneración de la representatividad.

De esta forma se da una nueva imagen al Sistema, los sectores descontentos con los políticos parece que ya no están en desacuerdo con el Sistema por éstos generado, y base de todas las atrocidades cometidas contra las personas. Simplemente quieren que se vayan unos políticos para que vengan otros a hacer lo mismo, una especie de ensayo conductista que parece tener como intención desmovilizar a la gente por agotamiento o desilusión.

Lo que se intentó de forma generalizada fue asumir como propio un movimiento que, en la teoría, estaba desideologizado y despolitizado; demostrando, en realidad, que asumía la ideología del sistema y hacía el juego a partidos extra o cuasi-extraparlamentarios, poniendo en tela de juicio la veracidad de su apolitización. De esta forma, parecía que todos tenían cabida bajo el lema de reivindicación de una democracia real que, a nosotros, nunca nos ha interesado lo más mínimo. Desde los que defienden la dictadura de los mercados hasta les que defienden la dictadura del proletariado, incluso, y a nuestro pesar, parecía que aquellos que abogan por la abolición del Estado y toda forma de autoridad también se sumaban a las demandas de una democracia más eficaz para ponerla al servicio de los intereses de una clase consumista. 

Nosotros, rehusando cualquier tipo de posibilismo, nos declaramos abiertamente antidemócratas. Estamos en contra de la democracia representativa, porque no creemos en ningún tipo de delegacionismo y estamos convencidos de que éste siempre deriva en la usurpación del interés personal. Del mismo modo estamos en contra de la llamada democracia directa, porque esta, por no erradicar el sistema de votación, deriva en la sumisión del individuo a la llamada voluntad colectiva que no tiene porqué representarle. Toda democracia supone la imposición de una mayoría, a lo sumo, sobre un minoría.

Así, dentro de ese obnubilamiento intelectual que genera la democracia a su alrededor, y bajo el cual férreos defensores de estructuras diferentes, dentro de los Sistemas jerárquicos, se autointitulan como incondicionales defensores de los valores democráticos; nosotros nos negamos a sumarnos a esa corriente unitaria y tendenciosa. La democracia, en realidad, no se diferencia, al menos en este aspecto, de otros regímenes totalitarios. Pues si bien en estos se condena a través del castigo físico a sus detractores, en la democracia, además, se les condena a través del ostracismo ideológico, siendo considerados una especie de detractores del género humano.

A nosotros no nos vale la reforma del sistema electoral o la creación de listas abiertas, no nos vale con mejorar un Sistema con el que no estamos de acuerdo. Nos es indiferente el valor que el Sistema quiera dar a nuestra voz, porque lo que pretendemos es que nadie pueda cuantificar nuestra opinión cuantitativamente.

Porque no creemos que sea posible, en ningún modo, que la delegación en una serie de individuos suponga otra cosa que la enajenación del interés de los individuos a merced del interés propio de un individuo, sujeto, de forma generalizada, no sólo a presiones externas, como mercados o intereses de grandes emporios, sino también a favores personales. Tampoco creemos que sea viable el ideal de democracia. Pues las situaciones de corrupción y desentendimiento de la clase política son inherentes al sistema de representación.

No nos vale ni queremos actuar dentro de los cauces legalmente establecidos, no atendemos a ningún tipo de imposición ajena a nosotros mismos y a la propia razón. Hacemos un llamamiento a la reflexión, a la abstención, al boicot y al sabotaje de todo tipo de elecciones.

Contra la democracia, contra el estado, contra la ley.
Amigas y amigos de la revista NADA

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sábado, 17 de mayo de 2014

LA SOCIEDAD COMO NEGACIÓN

La verdad de esta sociedad no es otra cosa que la negación de esta sociedad
Guy Debord

El nacionalismo es, sin duda, la negación de la sociedad a la que dice representar, entendida ésta como el conjunto de individuos que se asocian voluntariamente para proporcionarse una mejor vida los unos a los otros; pues, mientras que los políticos estadistas e idolatras de su poder arrojan todas sus alabanzas, éste, solemne, aniquila el querer del cúmulo de individuos que lo conforman. Estos son importantes en tanto producen riqueza para la nación. Podemos afirmar entonces que el conjunto real-sociedad está subyugado al conjunto irreal-nación. Pero, ¿hasta qué punto es esta sociedad real y tangible? ¿No resulta igualmente una entelequia? ¿Qué lazos se extienden entre nosotros más allá de languidecer bajo el mismo Estado o nación? De ningún modo podemos separarlos y hacer una distinción clara de qué es cada uno. Ambos son negación del otro.

Podemos definir nación como sociedad y sociedad como nación, son términos ambivalentes que tienen como fin común la negación de la singularidad vital. Siendo esta doble negación la afirmación de la infausta situación a la que se ve abocado el sujeto que la forma, ya sea por voluntad propia o por imposición. Resumiendo: ambos son lo mismo y su finalidad es compartida: engullir la vitalidad de los individuos que contiene, así como el esfuerzo de los pequeños grupos afectivos que en esta máquina aséptica se puedan desarrollar.

De tal forma, por ejemplo, el derecho a vivienda es un elemento aplicado al conjunto social, y por ende pretendidamente individual, aun cuando no sea así, que es, y esto es innegable, incumplido sistemáticamente o, mejor dicho, sistemáticamente, ya que podemos ver mendigos e indigentes en cada esquina, de cada barrio y de cada ciudad del país. Probablemente estos individuos sepan de su derecho a la vivienda, surgido de su inalienable derecho a la vida, como así también lo son su derecho a la alimentación, a la vestimenta u otras, mas no son capaces de proporcionársela, pues están sujetos y atados de pies, manos y pensamiento por la sociedad que se lo niega.

Las viviendas desocupadas son consecuencia de la iniciativa individual, corporativa o propiamente estatal (ente social) y surgen por el no pago, por la invalidación de ésta, por su embargo, etcétera., pero es la sociedad la que evita que sean ocupadas por el que no posee nada. No es otra más que la sociedad la que teme que se ocupen de forma ilegal, ya sea por inseguridad, por supuestos principios morales, o porque a sus integrantes es lo que le han soplado al oído desde que tienen recuerdos, esto es, que no es relativamente importante que el congénere humano muera aterido de frío a la puerta del Palacio de Liria, siempre y cuando el cadáver no caiga en la propiedad privada de la duquesilla ni la podredumbre del exánime mancille sus suntuosos jardines nobiliarios. Por tanto, el individuo que no posee bienes vitales no ha de confiarse el conjunto irreal nación o sociedad, Estado, Dios, etcétera., [1] sino que ha de confiarse a sí mismo. ¿No tengo techo bajo el que abrigarme los gélidos días de invierno? Bien, lo ocuparé. ¿No poseo hoy qué comer? Bien, lo tomaré. ¿No tengo actividad que realizar? Bien, la realizaré. ¡Basta de conciliar el frío, el hambre o la abulia con la creencia de que vendrán a rescatarnos! Es bien seguro que llegará reiteradamente la nación, la sociedad, el Estado, a tirarte a la calle, a apresarte entre muros, a humillarte, pero no puede nadie cejar en su empeño de vivir con dignidad. ¡Si el sistema está tan degradado que no puede procurar vida digna a todos, que no sean todos los que se arrodillen, sumisos y asustados, a un futuro incierto! Y no nos confundamos, lo vital no es una televisión, ni un coche, ni un frigorífico, ni un opulento habitáculo, ni majestuosas viandas, etcétera., no pretendas quedarte ahíto de caviar todos los días, empero si no tienes qué llevarte a la boca, ¡no caigas en la limosna! (¿Hasta qué punto de degradación humana hemos llegado que podemos vivir, lastimosamente eso sí, mientras nuestros hermanos mueren por doquiera?) Únete a otros como tú y ocupa, roba, lo que sea, con tal de conseguir un sustento que te permita subsistir; y no te escondas, es más, ¡haz saber por qué robas comida, por qué ocupas viviendas, por qué, en fin, quieres vivir con dignidad! Haz saber a la sociedad, a la nación, que, o te procura lo mínimo para vivir o tú mismo, siendo humano e inteligente, lo tomarás.

Y se me podrá tildar de ser parcial y demagogo, de fomentar la violencia irracional o incluso de ser un sujeto antisocial. También se me podrá echar en cara que ciertas sociedades más avanzadas, dígase países nórdicos o helvéticos, sí cubren las necesidades mínimas a sus conciudadanos. ¿Cómo poder renegar de esas idílicas sociedades paternalistas? ¡Sólo un loco lo haría! Pues bien, yo reniego de esas cálidas y tiernas sociedades, tan deleznables como las sureñas o cualquiera que siga el modelo parlamentarista-capitalista. ¿Por qué? Porque, como se dijo en la introducción de la anterior reflexión, estas sociedades no son en verdad más que naciones con ciudadanos exaltados. Es decir, no van más allá de naciones, de estados, parasitarios del esfuerzo individual y colectivo de su pueblo, renegando del concepto humano.

Estos países succionan con tanta vehemencia el esfuerzo colectivo e individual que después, ahítos de todo, procuran darles lo mismo a sus ciudadanos; regocijándose estos últimos de su lamentable suerte. ¡Todos, absolutamente cada país del mundo tiene como paradigma a los Estados nórdicos! Son el paraíso capitalista hecho asfalto, edificio, compañía, impuesto y lágrima. Sin embargo, de lo que no parecen percatarse estos ávidos políticos nacionales y supranacionales, tertulianos todos, y demás secuaces, es que es inviable, por no decir esperpéntico, el pretender la impronta de este modelo al mundo: ¡Es imposible! Para que esos nórdicos disfruten de su bienestar, y no digo yo que sólo sean ellos, otros han de sostenerlos. Es la clásica dicotomía capitalista: unos sujetan el peso de otros, los más de los menos, los muchos de los pocos. Así que esos países tan idolatrados y perseguidos por los progresistas de todos los lares no son sociedades en el sentido hermoso de la palabra, es decir, comunidades de individuos con lazos afectivos palpables y fraternales, sino industrias fiscales arraigadas en la psique humana mediante el concepto de nación, por lo cual resultan altamente repugnantes. Abrazarse o confiarse a tales concepciones quiméricas sólo nos podrá llevar a caer nuevamente en el pútrido parlamentarismo, en el inicuo capitalismo y en el anacrónico nacionalismo como, por otra parte, nos ha demostrado no pocas veces la historia.


[1] Uso indistintamente sociedad, Estado y nación porque, a pesar de los fructíferos debates que se han llevado a fin de delimitarlos, son un todo. Al igual que Dios en la liturgia cristiana está conformado por otros entes quiméricos tales como el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo, y estos a su vez se encuentra dispersos de forma ecuánime en toda la realidad; para mí, Estado, sociedad y nación son un mismo todo que se reparte indistintamente entre los individuos, oprimiéndolos y subyugándolos, ya sea por creencia.

Máximo Eléutheros
Artículo publicado en el número 3 de la revista NADA
soliloquiosdeunindividuo.blogspot.com

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